viernes, 27 de marzo de 2009

Dulce sol de otoño

Me calienta suavemente el sol del atardecer. Me recuerda lo afortunada que soy por conocer a Dios tan personalmente. Siento un deseo de volar muy fuerte que me inspira y me hace parecer más grande, el corazón se engrandece y se empequeñece. Se hace fuerte el brillo del gran sol, luego de la nada su luz ya no me llega, miro hacia el sol y ha sido una nube traviesa que lo ha ocultado. Tiempo del cantar de los pajaros, tiempo de la risa silvestre de los arboles y el viento. Tiempo de vivir, de ver lo bello de la vida, de renacer... de humildad se viste el espectador del espectáculo solar. Se siente una suave humedad que proviene del verde espesor entre los arboles, arbustos a los que solo les llega un rayito del gran sol.
Los pajarillos parecen hablar entre ellos sin querer revelar su escondite, solo se oye un hermoso trinar arrastrado por el viento.
Un arbol crece caido hacia la luz y en sus ramas se ve la sabiduría y el poder de su creador. Otros en cambio crecen rectos como si hubiesen estado allí por siempre, eternos, altos, sabios, profundos, imponentes, bellos y firmes. En el suelo de un bosque encantado se percibe una extraña sensación de vida que no se ve, solo se siente, distintas sensaciones y brisas de calores de olor a piñas silvestres a pino y humedad. Tibio sol, calientame siempre, cuando dejen de caer las hojas secas, calientame también, hasme sentir fria y caliente, humedad tibia que solo tú consigues darme, sentir que vuelo como una hoja impelida por el viento es facil a tu lado, Creador del basto universo, creador de la gran estrella de luz que ilumina mi tierra.

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